![](http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/7/75/Sunflower_seedlings.jpg/685px-Sunflower_seedlings.jpg)
Preparamos la tierra, hacemos surcos, abonamos, y nos imaginamos lo que vendrá en el futuro.
Cuidamos a la semilla del calor y la humedad excesiva, de las aves y de todo aquello que le puede hacer daño.
Luego, quitamos las malezas, piedras y hojas que puedan entorpecer su magnífico crecimiento y desarrollo.
Más tarde, cultivamos con asombro y orgullo lo que hemos sembrado, preparándonos para recoger los frutos que tanto trabajo nos ha costado.
Lo duro y difícil, no es nada de eso, lo que realmente cuesta, es aceptar que nos hemos equivocado.
Muchas veces, las relaciones son como las plantas. Casi toda la gente lo dice. Una planta que necesita cuidados y agua.
Pero qué es lo que pasa cuando esta planta ha sido cuidada, y en vez de cosechar aquello que sembramos, obtenemos algo absolutamente distinto?
Nos sentimos estafados, tristes y decepcionados.
El problema con las personas, es que aquello que tanto queríamos y admirábamos -y tantas veces soportábamos- es algo que no existe.
Aquellas cosas buenas que desaparecen o cambian, no sabemos si nunca lo fueron, o si lo fueron y dejaron de serlo.
Sembramos maravilla y cultivamos maíz.
La decepción es un balde de agua fría. Nos hace reaccionar.
Nos hace ver que fallamos, y que la caída es proporcional a la altura en que nos encontrábamos. Mayor es la caída y el dolor, si la altura es mucha.
Y es complicado.
Las plantas mueren, aunque las cuidemos y le demos agua. Las relaciones también. No todo está en nuestras manos, y aunque nos esmeremos por sembrar algo, no siempre es lo que cosechamos.
Y como dicen, el hilo se corta por lo más delgado.
Y no hay vuelta que darle.