A medida que se va escribiendo la historia, vamos llenando una hoja que es tan extensa como queremos que sea.
Cuando alguno de los protagonistas de la historia comete algún error que deja marcas, la hoja se arruga. Y cada arruga destruye lo que estabamos haciendo, una hoja impecable de historia.
Las relaciones se asemejan a la hoja que se arruga en un punto primordial, cada vez que se arruga la hoja, por mucho que le pasemos la mano, e intentemos estirarla, una marca de la arruga -por mucho que la queramos borrar- quedará.
No importa cuantos intentos hagamos, la hoja arrugada nunca vuelve a ser la misma. Ni nosotros tampoco.
Ya que no necesitamos a nadie que nos esté apuntando nuestros errores, al ser protagonistas, sabemos en que fallamos, donde y con que intensidad arrugamos la hoja.
No hay que mirar la paja en el ojo ajeno, por que muchas veces, con la misma facilidad que vemos eso, no nos damos cuenta que tenemos un elefante en nuestro ojo.